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Aquellos veranos...aquellas maneras de correr. Roberto Alonso

Aquellos veranos...aquellas maneras de correr

Hay veces, que por alguna circunstancia concreta, por acciones puntuales del momento, nos vemos inmersos, casi sin quererlo en recuerdos de otras etapas de nuestra vida.
Hace unos días, le dije a mi padre, no te preocupes, yo me encargo de ésto, sin saber que detrás de este hecho habría una importante carga emocional en forma de recuerdos de hace más de veinte años.
Desde los trece o catorce años (allá por el 93) una de mis tareas en verano (ya lo había hecho muchas veces antes, pero acompañando a mi hermano o junto con mis padres) era ayudar a mis padres en el regadío de las parcelas, concretamente tenía que ir una vez por la mañana y otra por la tarde a cambiar de sitio los aspersores de riego (mudar mangueras, como decimos en Peraleda) de las parcelas que me asignaba mi padre: La Larga, Los Pinos y la del Grillo; nosotros nos entendemos, en ese argot familiar que todos tenemos para ciertos nombres de cosas y lugares.
Nunca fuí muy amigo de las motos, ciclomotores o similares, de hecho, en casa había una Vespino de la época, que compraron a mi hermano Toñi y jamás la utilicé, ni para ese fin ni para otro; una moto particular y conocida en el pueblo, porque le puso un respaldo; no sé de donde sacó ese acople, era algo casi insólito, quedaba horrible, pero imagino que haría sus funciones; no creo que haya nadie de aquella generación que no lo recuerde.
El desplazamiento hasta la finca era, por tanto, en bicicleta; 2,4 km por el camino y 2,7 km. por la carretera; y otros tantos km de vuelta; la ida era muy favorable pero la vuelta, evidentemente, no tanto. 
Recuerdo que empecé yendo con una bmx California, al poco tiempo me compraron mi primera bici de montaña, que tanto auge experimentaron a comienzos de los 90'. A mediados de uno de los veranos, nos robaron las bicis a mi primo Israel y a mí, vaya faena; evidentemente no había un repuesto momentáneo de otra bici similar, la logística y otros factores no funcionaban como ahora, por lo que ese verano me tocó reciclar: una Bicicross Bh que me dió el tío Domingo Regalo de su nieto Alfredo (ya sin "marchas" evidentemente y con el asiento en muy mal estado) por lo que tuve que poner el sillín y una rueda con la cubierta roja de la bmx, y algún cambio más, que hicieron de esa bici una rareza irreplicable (por aquellos años, Indurain estrenaba la Espada de Pinarello, ahí es nada) o eso creía yo hasta que meses después, ví casualmente una bici con idénticas características en la serie "Villarriba y Villabajo", a lo cual no daba crédito, cómo semejante collage ciclístico podía haber sido igualado; bajé incluso al garaje para comprobar que mi bici seguía ahí.
Tras unos meses, ya me compraron la bici de montaña nueva; ¡cómo me gustaba esa bici! una Orbea, era de aluminio y que sería con la que cubriría el trayecto los siguientes años, y otros tantos kms y recorridos más. Esa bici incluso me acompañó en mis años de Universidad, para ir a la facultad.
Aquellos horarios eran sobre las 10:00h por la mañana y sobre las 16:00h por la tarde, con algunas variaciones vespertinas si la etapa del Tour se presentaba interesante. Descansaba de estos menesteres, el sábado por la tarde y el domingo, y una semana o dos en las que me iba de campamento o algo similar.
Por las mañanas todo era más sencillo, menos calor, mis padres estaban por allí ante cualquier pequeña incidencia; pero por la tarde y dado el horario que yo elegía (para ir después a la piscina municipal, claro) el asunto ya cambiaba algo, el calor de esas horas, no encontrabas a nadie en el trayecto y ante cualquier incidente, por leve que fuese, estabas sólo; medio kilómetro del recorrido es un camino con gran arboleda a ambos lados y que hoy agradezco enormemente correr allí por su sombra, pero en aquellos años me dieron más de un susto; nunca me consideré un chico miedoso, pero con esa edad había algunas cosas que te podían asustar, máxime si una hora antes habías visto los sucesos del informativo. Siempre recuerdo que abrir la puerta metálica del establo, era un momento cuanto menos interesante, menos mal que Linda, la perra, hacía el momento algo menos tenso.
Traduciéndolo a cifras, creo que eran unos 55 aspersores en total en esas tres parcelas y si todo iba bien (no se atrancaban los aspersores, o se salía alguna goma...) todo lo solía hacer en una hora y quince minutos, trayecto incluído; creo, como anécdota, que no pinché nunca en esos años (donde estarían los parches y la bomba en tal caso), si es cierto que con cuarenta y tantos kilos, apenas cincuenta, era difícil pinchar. 
En aquella época, todas las parcelas que rodeaban al pueblo tenían regadío, por lo que la periferia vestía y desprendía un fresco verdor en toda su plenitud, ahora apenas se riega una décima parte y el amarillo estival del pasto, se impone al escaso verde de algunas hectáreas.
Eso sí, esta tarea la hacía corriendo, con lo gratificante de ir mojándote con el agua de los aspersores, aunque los dos o tres primeros chorros, reconozco que no gustaban mucho (mi amigo Kini dice: el agua fría ni en verano...); sin mojarte y refrescarte, hubiese sido imposible a esas horas. Todo era un duatlón, cuasi triatlón, improvisado, con doble sesión, mañana y tarde.
Por aquellos años ya corría y competía, pero en verano, con estos pseudo-entrenamientos casi interválicos apenas salía alguna tarde- noche a correr algo, no me hacía falta más. Hoy lo llamaríamos cross training, entrenamiento complementario o algo parecido.
Estos eran mis entrenos en aquellos veranos de los 90', nada específicos, pero sin darme cuenta, al final de cada verano, estaba en un estado de forma altísimo; tanto es así, que casi siempre en La Carrera de San Miguel en Navalmoral a finales de septiembre, y sin apenas "correr específico" subía al podio en infantiles, cadetes o juveniles según el año y la edad; carrera por cierto, que gozaba de un gran nivel en el ámbito regional y toledano de aquellos años (como todas las que se hacían en aquella época, eran pocas, pero de un grandísimo nivel en cuanto a la calidad de los participantes).
En el verano del 98, recién finalizada la selectividad y esperando que la nota me diese para mi primera opción que era INEF, licenciatura en Educación Física en la Facultad de Cáceres; sabía que la demanda era muy alta y por tanto la nota de corte también; así pues, por si acaso, la otra opción barajada era el INEF de Madrid en el que si exigían pruebas físicas baremables.
Mientras esperaba las notas definitivas, recuerdo preparar estas pruebas físicas a mi estilo (dónde estarían entonces los tutoriales en internet) y de una manera un tanto rústica y poco planificada: haciendo agilidad- velocidad, salto horizontal y vertical, sorteando, saltando y pasando aspersores por arriba y por debajo, todo un show, sin descuidar por supuesto la resistencia y velocidad, corriendo campo a través en pleno mes de junio. Finalmente la nota me posibilitó entrar en la facultad de Cáceres, ufff qué relax.
Toda esta aventura estival fué casi idéntica, verano tras verano, hasta el verano del 99, en el que ya empecé a trabajar como socorrista en piscinas, para sacarme unas pelas en mis años de universidad. Pues desde ese citado año, en el que compagine las tareas de socorrista con esto otro, no había vuelto a estas lides (salvo alguna ocasión esporádica) hasta este verano, veinte años después, en el que dije a mi padre, no te preocupes, yo me encargo.
Aunque hoy nada es igual, porque ahora la distancia aunque sea la misma, parece menor; porque ahora ir allí corriendo o en bici será con cierto sentido; porque ahora es menos de la mitad del esfuerzo de antaño...pero me dí cuenta al coger el primer aspersor, a la hora de hacer el gesto para moverlo de sitio, que veinte años no son nada y hay recuerdos, gestos y momentos que jamás desaparecen; mientras haya memoria, una pluma y un papel: todo permanece mientras va cambiando (mezclando presocráticos).

Roberto Alonso





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